Llevo tu caricia atada a mi cintura. Suave, apenas rozándome. Así como fue, o es. Sin dobles nudos ni moños falsos. Exacta.
Sigue empecinada en marearme girando redonda bajo mi blusa. Las caricias que aún te conservan suelen vivir en mi vientre. Pero ya no estás. Y sería una pena desvirtuar el violeta tenso de su tacto, como el sabor temprano de tu mate lento o el olor a otoño del saco que nunca usaste. ¿No podés hacer algo?
Voy a tener que arrancarla de golpe. Desprendiendo cada rincón brusco en el que se quedó enrosacada, sin importarle a tus manos que me duelan los surcos cuando ya no los recorran.
Sabré exactamente de dónde tirar, para que no grite mi piel ni la mano en tu caricia. Y así la risa se resbale del recuerdo, débil, como un sonido que nunca ha sido más que eso. Como el viento leve que solo se percibe abriendo demasiado los ojos.
Hasta que la húmeda incomodidad lo hace evidente.
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Sigue empecinada en marearme girando redonda bajo mi blusa. Las caricias que aún te conservan suelen vivir en mi vientre. Pero ya no estás. Y sería una pena desvirtuar el violeta tenso de su tacto, como el sabor temprano de tu mate lento o el olor a otoño del saco que nunca usaste. ¿No podés hacer algo?
Voy a tener que arrancarla de golpe. Desprendiendo cada rincón brusco en el que se quedó enrosacada, sin importarle a tus manos que me duelan los surcos cuando ya no los recorran.
Sabré exactamente de dónde tirar, para que no grite mi piel ni la mano en tu caricia. Y así la risa se resbale del recuerdo, débil, como un sonido que nunca ha sido más que eso. Como el viento leve que solo se percibe abriendo demasiado los ojos.
Hasta que la húmeda incomodidad lo hace evidente.
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