La música de fondo es una voz. Gris. Monótona. Una “voz académica”. No entiendo lo que dice porque no escucho. ¿Escucho algo alguna vez? Mi mamá dice que no. Mi mamá. Mi mamá bajo, sobre, entre. Siempre. No, no tengo cinco años, ya cuento veinte y varios más. Sorprende, sí. Pero yo le regenero el pedazo que me muerde. Soy conciente al menos. Eso es lo que creo en momentos como estos, chatos de jirones, nudos, desates y vueltas a atar. En momentos de silencio de monotonía. No voy a negar que en pocos minutos tal vez me anude, enrede y sienta culpa. ¿Ciclotimia? Puede ser. Tal vez sea eso.
Pero sigamos con lo que veníamos. O con algo. Al menos sigamos. Antes de que me pese la cabeza y me descubra boca abajo.
¿”Enamorados del ordenamiento jurídico” dijo? ¡¿Enamorados?! Que al menos no me englobe en semejante sentencia. No se cómo se me ocurrió escribir con esta música. No se siquiera por qué se me ocurrió hundirme, tirarme de cabeza en renglones oscuros, lejanos, profundos y lejanos, cuando soy miope, y no los veo desde mi letra. Si, en realidad se por qué. Creo. Nadie me obliga. NADIE. Ojo cómo se entiende ese raspado de sujetos, ese campo hueco en el que varios querrían revolcarse. De nuevo mi mamá. Tengo 5 años, es así.
¡Uy! La monótona música dijo ahora “justicia”. Nada muy original, y menos saliendo de una de las bocas multirreproducibles que viven acá adentro.
“Verdad aparente”. Eso que dijo me gustó más. La justicia puede quedar para otro momento. (¡Qué peligrosa puede ser la mano de uno cuando arranca en “automático”!). Es que yo SOY una verdad aparente. ¿Será casualidad? No escucho nada y de repente “verdad aparente”. Creo que no. No, la casualidad no existe. Mi “aparente” sí.
Aparento seguridad. ¿A alguien le importa? Al menos para arrancarme la bincha dura y tiesa que me obliga a mirar de frente. Hay días distintos. Pocos. Muchas veces aparento estudiar, ser feliz, no llorar. ¡Aparento estudiar! ¡Qué vergüenza Dios mío!. Mejor no sigo profundizando. Hay sub-apariencias que creo más interesante. Suena raro ¿no? A ver, por ejemplo mi aparente equilibrio. Atraigo siempre extremos, es mi condena. Verdad aparente. ¿O soy yo un extremo? Ah! ¡Tal vez sea eso! “Extremos opuestos se atraen”. Una de las pocas certezas que me pintó en la frente el Polimodal Biológico. Y yo que pensé que nunca me resultaría útil.
O sea que soy un extremo. Si. Era predecible. ¡Lo de Libra y el equilibrio que se lo cuenten a mi abuela!
Mi abuela. Mejor no indago porque se va a hacer largo. Además tendría que explicar tantas cosas. Y tantas que mi abuela no sabría jamás que yo explicaría. Como lo de mis “cosquillas”. Si, eso también. Aparento control de mis “cosquillas”, y ni siquiera puedo llamarlas por su nombre. Hoy más que nunca tengo la vergonzosa certeza de haberlo aparentado. ¿Dije “haberlo”? Durante años me lo aparenté a mi misma. No voy a negarlo.
¿Pero tenías que llegar? Prefiero no hablarte a vos, no te ofendas. ¿Tenía que llegar? Si en mis otras “apariencias” llegara alguien como él y me arrancara la costumbre enredada a mis caderas, sería todo más fácil. Lo más grave es lo instantáneo de su efecto. Lo poco que tardó en saber de donde tirar. Sin desgajarme la carne. Y claro, debió tener varios desgajes en su haber. ¿Celos? ¡Por Dios! ¿No era un mero detalle rojo pero sutil? El rojo puede ser tan ambiguo.
Prefiero que sea así. Ambiguo. No me interesa demasiado saberme pasional. Prefiero ser romántica. O parecer. ¡Verdad aparente otra vez!
Que peligrosa resultó esta combinación de birome motorizada y sorda “filosofía del derecho”.
Tanto tiempo atada. ¿Habré perdido mi centro? O eso que nos define. Centro, imagen. Gusto, tacto. En realidad creo que me encontré. ¿Por qué no podía encontrarme? ¿O no quería? A veces pienso que le temía a mi capa más profunda y me siento una estúpida. ¡Valla locura la mía! Si a veces ni siquiera me conozco. O reconozco. Y lo peor es que en esos momentos en que el negro cubre todo mi frente y me pierdo, me suelto, y giro, no regreso, y no quiero regresar. En esos momentos me siento más yo que nunca.
En realidad deben ser momentos de locura, porque siempre supe como comportarme, menos en el negro. Menos cuando nadie sabe. Menos en mis ojos cerrados, donde no hay tiempos ni sogas, ni modos o maneras. Puedo ser todo, incluso lo que no debo. Puedo sentir que corro, y no vuelvo, y me meto en tu piel, debajo, la absorbo, la copio mil veces sobre mi vientre. Y pierdo el trazo, pero me ayudás. Haces que lo recobre y siga esculpiendo tu espalda sobre mis piernas. Sosteniéndote como jamás podría. Dejándome recrear bajo tus labios, al son de gritos clavados con uñas, rasguños de gritos, gritos más fuertes.
Ya es demasiado. Tengo que escuchar algo de la clase al menos.
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