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DELIRIO EN ESPIRAL

Poco le interesaba en realidad la defensa de los derechos humanos de los animales. Sin embargo ahí estaba, a punto de ir a la cuarta reunión del mes de esa especie de fundación con olor a alimento balanceado y baba de perro.


Empezó a prepararse tres horas antes. ¿Debería intentar un look más relajado, algo así de cómo de safari? No. Eso descartaría los tacos altos y sin ellos no podría siquiera mirarlo a los ojos. Decidió ser ella misma, y si era necesario enterrar su taco aguja en tierra húmeda ante la hipotética circunstancia de que la reunión se realizara al aire libre, lo iba a hacer con toda la naturalidad y elegancia del mundo, como tantas otras veces.

Cuando llegó respiró hondo. La convocatoria se nucleaba en torno a una mesa, segura, bajo techo. Sabía exactamente cómo proceder. Estaba en su hábitat. Taconeando firme con cabeza en alto entró en la sala, simulando camuflarse con el entorno. Acarició casi afectuosamente la cabecita de una especie de mono, que colgaba de un cuello que apenas se adivinaba debajo de al menos 4 pañuelos, turbios por su tal vez escaso contacto con el agua y la cantidad de pelitos de la cola de mono que se enredaban entre ellos. ¿Sería higiénico llevar pegado a la piel algo que no era otra cosa que el trasero de un animal? Seguro tendría piojos.

Inmediatamente al lado del mono colgante había un gato. Sus ojos diabólicos no dejaban de mirarla fijo. Seguro olían su escasa autenticidad? El gato estaba estático sobre los pies de una anciana cuyo mentón se estiraba para adelante lo máximo que permitía la piel, en un intento de altanería poco creíble, pero que lograba dar la sensación de no querer acercársele.

Ahí estaba él. Saludándola con la amabilidad inmensa que acostumbra dispensar a cualquier ser de al menos dos patas. En un principio ella había creído notar en esa característica algún tipo de interés especial, pero después comprendió con pena que esa simpatía hasta nerviosa a veces formaba parte de su personalidad, casi como un tic, biológicamente arraigado a las muecas de una cara. ¿Podría notar algo distinto esta vez, tal vez algún indicio que pudiera darle esperanzas?

Él la invitó a sentarse en una especie de puff sacudiéndolo antes misteriosamente, con gestos enérgicos y sonrisa indecisa que en cualquier otro mortal, hubiesen sido signos inequívocos de nerviosismo específico de cortejo. ¿Por qué sería este hombre tan confuso? Le dieron ganas de llorar. Siempre le daban ganas de llorar ante cualquier indicio de su absoluta capacidad de ser indescifrable. Cada vez comprendía más que no hay hombre más difícil de conquistar que el que es en sí mismo una perfecta incógnita, dejando a la merced de la suerte la elección de cualquier estrategia, coartando todo intento de premeditación.

De repente se sentó a su lado para iniciar desde ese lugar tan oportuno la ceremonia semanal del debate abierto. Ella podía sentir como su antebrazo peludo, totalmente pegado al suyo, se elevaba y descendía lento. ¿Sería parecido a ese instante la felicidad de algún día sentirlo entero? Seguramente él sabría lo que ella estaba pensando, sentiría el sudor frío de su piel rozando su brazo y estaría detestándola. Se alejó unos centímetros para que no haya contacto.

No podía evitar sentirlo ahí, a tan solo segundos, respirando tal vez la parte de universo que ella había dejado sin oxígeno. Lo veía hablar atendiendo no a sus palabras, sino a su boca. El movimiento de sus labios era perfecto, se redondeaban de tal manera al pronunciar las “o” que hacían que ella imitara inconcientemente la forma en su boca, copiándola, casi sintiéndola. ¿Sabría que lo amaba?

La escasa distancia entre ellos ya había empezado a enloquecerla. Se sintió presa del repentino deseo de observarlo entero. Intentaba ser sutil, pero entendía perfectamente que no controlaba sus ojos. Empezó por su pelo, un rulo tras otro suavemente macados cubrían la total superficie de su cabeza ovalada. ¿Tendría oportunidad de ingresar con sus dedos al espacio redondo que encerraba cada mechón? Querría tomar suavemente la punta de un rulo y estirarlo lo máximo posible, soltarlo de golpe y reir pícara. Rozaría sus labios con la punta de un dedo y el confesaría no poder resistirlo.
Tuvo que levantarse de golpe, tan de golpe que la reunión entera se paralizó un instante mirándola con asombro. – Necesito agua, estoy mareada – Fue lo mejor que se le ocurrió decir para volver a parecer normal.

Mientras caminaba hasta la cocina, mirando fijo para adelante sin querer registrar las reacciones de sus nuevos amigos-green peace, sentía que alguien la acompañaba detrás, casi sosteniéndola. Era él. Cuando giró ya lo tenía demasiado cerca. Claro está que seguramente se encontraba ahí, a escasos centímetros de su cara, por la sola y única razón de no dejarla desplomarse de un desmayo. Pero ella no podía ver las cosas tan sencillamente obvias.

Su cabeza no dejaba de girar, iba a terminar desmayándose en serio si no lograba arrancar los ojos de su mirada, sus rulos, su boca, su perfume. De repente pasó. Sin saber cómo sus manos terminaron apoyándose bruscas en los labios de él. De repente no hubo más que boca, ojos, toda su cara tan cerca que iba perdiendo identidad. No había lugar para el ridículo, no había vergüenza ni coqueteo ni movimientos premeditados. Un brusco deseo de sincericidio empezaba a embriagarla. Había cansancio, eso. Mucho cansancio de parecer, disimular, aparentar indiferencia.

Quiso besarlo, era en lo único en que pensaba. ¿Hacía cuánto que permanecía en esa actitud desvariante de hipnotismo frenético? De golpe comprendió que él estaba ahí, inmóvil, no se había ido. ¿Podría ser que estuviera pasándole lo mismo que a ella?Volvió en sí, reacomodó su mirada y respiró profundo. Tenía que hacerlo, tenía que averiguar de una vez por todas si su enamoramiento era en vano.

- ¿Qué te pasa conmigo?-

- Nada – Contestó él, después de varios segundos de silencio – ¿Por qué, te pareció que me caías mal? No, por favor, no me caes mal, para nada. Si estoy serio es porque me quedé preocupado con el tema de los loritos que no quisieron entregarnos el otro día. Andá a saber quién los tiene ahora…. -.

Lo dejó hablar. Simplemente lo dejó hablar durante largos minutos de su apasionada devoción por la causa, a medida que se iba alejando de su cara, tanto física como idealizadamente. Por supuesto que no le interesaban a ella los loritos, ni siquiera le había preguntado por qué estaba serio. Pero no importaba ya. Había entendido.
Ese hombre jamás sería suyo.

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