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SONETO IV


Hoy supe que el silencio era tu ombligo.
O esa costumbre de besarlo cuando
se distrae su cosquilla, aunque obligo
a que despierte y me mire, gritando
la impotencia de embriagarse. O puede
que el silencio sean tus manos, bajo
la flor que dibujan para que quede
en mi vientre, aún cuando sé que el tajo
de mi blusa es alto. Y la gente mira.
Nuestros silencios se comportan poco.
Cada vez menos. Y sé que si el loco
temblar de tu aliento, fuera mentira
en mi pecho. Si callaran la cruda
fe del silencio, quedaría muda.

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