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EL MÁS ROJO DE LOS SALUDOS

Irrumpiendo en dos mundos tan antagónicos como simétricos. Ambos cerrados por bocas ahogadas. Vueltas y más vueltas de rutina ganando sus cuellos.
Irrumpiendo en esos huecos dormidos. Casi sin aviso. Asustándolos. Llegó a las dos de la mañana la pasión.



Un sillón la sostiene en la longitud tensa de su cuerpo. Alguien le avisa la llegada de un huésped. Se incorpora. Corre al baño. Repasa sus ojos. Ojos que no entienden el temblor. Ella tampoco.
La televisión desaparece. Lluvia dentro y fuera de su calma. El camisón es corto. Las piernas descubriéndose desnudas buscan una manta.
Son las 2 de la mañana.

Él llegando a una casa extraña. En un auto donde ella estuvo. Se la huele, se la sabe, se la siente entera. La ciudad también extraña metiéndose en sus uñas. Por eso las manos, resistiéndose, se cierran en un puño impenetrable. Un auto muy chico en el que apenas cabe. Él y los cien latidos simultáneos de su garganta. Sabe que esta despierta.
De repente imágenes. Esos ojos que lo comen, que lo muerden. Él sabiendo de sus ojos antes de verlos. Moviendo la cabeza para no pensar.
Son las dos de la mañana.

Escucha la puerta. Sintiendo que avanza a sus espaldas un fuego pesado. Punzante. Sintiéndolo enorme. Y más cerca. Ya casi a punto de verlo por primera vez. Latiéndole todo el cuerpo. Clavando sus ojos al frente. Ocultando el irracional temblor.

La ve de espaldas. Deseando ya su nuca. Sin control del fuego. Sin calma. Conteniendo el aire con fuerza. Simulando distancia, sueño, distracción. Simulando no verla, ni saberla, ni sentirla.
El momento avanza. En la cámara más lenta de las cámaras. Quiere que acabe. Que sus ojos no lo muerdan. Al menos que no duela. No gritar. Al menos que no sepa.


El aire denso. Pesado. Imposible de tragar.
Los ojos de él penetrando profundo. Los de ella abriéndose. Los de él a punto de vencer. Los de ella malditamente sostenidos. Los de él que caen. Rojos.
Cada vez más cerca. Un saludo casi inevitable que amenaza evidenciarlos. Sus mejillas erizadas. Sin tocarse aún. Doliéndoles. Ya tomando la posta de sus ojos. Reemplazándolos en el martirio. Los ojos que suspiran. Aliviados.



Ella perdiendo su mirada. Viéndolo enorme. El roce más cerca.
Temiendo que ese cuerpo la trague para siempre. Deseando que le caiga encima. Rogándolo en ese instante inmóvil. Desesperada.
Hasta que lo siente en su cara. Sus labios besándola por costumbre. Ella adivinando su forma. Sabiendo el grosor. El sabor. El calor.


Él acercándose sin mirarla. Con la distancia encogiéndose hasta un punto. Un punto rojo sobre su mejilla. Blanco terrible.
De golpe descubriendo su piel en los labios. Perversamente suave. Con fuego y menta. Y sudor y hielo. Queriendo tragarla. Reteniendo a la fuerza la lengua entre los dientes. Teniendo que arrancar la boca de su piel de golpe. Con fuerza. Mirando lo más lejos posible.
Casi. Casi se deja caer en el perfume agonizante suspendido entre ambos cuerpos.
Desaparece al cuarto donde su hospedante aguarda. Rápido. Sin volver a mirar.

Sigue fija en el hueco negro que acaba de tragarlo. Creyéndose sola en el fuego. Perdida. Y su temblor insiste. Girando alrededor de su cintura. Golpeando su respiración. Atándola tensa en su garganta.

Comprende que ella dormirá en el cuarto pegado a su puerta. Esperando atrapar el momento en el que ingrese. Acechando. Un sudor hirviendo recorriéndole las piernas.

Camina de memoria el pasillo que simula equilibrio. Sabiendo que puede verlo. Sintiendo su puerta abierta. Casi mirándolo. Pero a oscuras.
Su cama la recibe fría. Ella deseando sentir en sus pies esas manos enormes. Manos que avanzan. Queriendo con todas sus fuerzas que la asalten. Que le roben el grito. Que descosan las telas. Feroz.


La noche más densa de sus cuerpos va acabando. Cuerpos que no duermen. Cuerpos que no entiende lo feroz del encuentro.Sabiendo que el otro transpira fuego a milésimas de distancia.
Y sin saberlo.

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