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SUEÑO HIPNÓTICO

A veces me despierto y solo veo párpados durmiendo. Me desespera.

Toda yo estoy despierta, menos mis párpados.
No puedo abrirlos, ni cerrarlos en lo absoluto del sueño. No puedo arrancarlos ni pegarlos a mis cejas. No se mueven, no despiertan, no viven, no mueren. Sueñan.
Solo sueñan. ¿Cuánto tiempo más? Si ellos no reaccionan no puedo despertarme completa.
Sería insano andar por el mundo con un porcentaje, pequeño pero auténtico, de mi cuerpo durmiendo, durmiendo y soñando. No, es totalmente ilógico.
El problema termina de golpe. Junto fuerzas en los ojos y golpeo a mis párpados sistemáticamente, hasta que sin otra opción, bostezan y despiertan.
Esa fuerza que usan mis ojos es en realidad horrible, llena de acordes reales, sin plumas ni identidad propia. Es tan verdadera que asquea, sin locura, ni aromas delirantes. Sin espejos mentirosos, ni sombras inventadas.
Sin sueño.
Un día cuando desperté, y no me copiaron mis párpados, se me ocurrió preguntarles la razón de su capricho. Les hablé en el idioma que mejor entienden.
Me metí en su mundo pero desde el centro de ellos. Me costó llegar, más aún teniendo en cuenta que siempre sueño desde mi centro, que creo se encuentra en mi pecho, aunque no soy muy lúcida cuando sueño. De todos modos, esta vez nadé contra mil mareas de costumbre y me ubique en el centro de mis párpados.
Lo que descubrí bastó para despertarme completa, del escalofrío.
Mis párpados soñaban hipnóticos. El péndulo culpable era el azúcar, que caía lenta,
de tu sonrisa.
.

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