Después de 5 años habían decidido mudarse. Las suelas de sus zapatos necesitaban nuevos polvos. Los ansiaban.
Él la esperaba en el auto con los últimos bolsos de la mudanza, los más insignificantes.
Ella recorría ese departamento, que en unas pocas semanas, se transformaría en un perfecto extraño con perfume a recuerdo.
No revisó todos los cuartos, solo el matrimonial, la cocina, el living, los baños. Nada más.
Un bocinazo rompió su nostalgia y pudo girar la manija de la puerta.
Respiró aliviada, había pasado lo peor.
Corrió al auto. Tenían que llegar a destino antes que los muebles. -Qué ridículo- pensó.
-Que no nos ganen los muebles- reflexionó en voz alta, mirando a Paul con una sonrisa de chiste malo.
Paul se rió, no del chiste, y la miró de reojo, con la ternura que envuelve la paz de saber que alguien ha superado un tormento.
En el viaje no hubo silencios. Ya había habido demasiados en los últimos años.
-Calculé el tiempo que me va a llevar llegar a la oficina. Media hora, no más-
-¿Media hora?- respondió ella. –No es nada, me dejás más tranquila-.
-Yo sabía que había algo que te tenía preocupada- dijo Paul con un tono dulcemente irónico.
Ella sonrió. -Sos malo, sabes que tus cosas me preocupan mucho. Me da cargo de conciencia que me hayas consentido tanto en esta mudanza.-
-Lo necesitabas- respondió él. –Ambos- agregó, mientras buscaba en su rostro algún rasgo de aprobación.
Ella exhaló profundo y contuvo el aire, reflexionando el peso de verdad que encerraban esas palabras.
Al llegar, Paul le pidió que esperara en el auto. Se bajó, dio la vuelta y le abrió la puerta, ofreciéndole una flor que arrancó del árbol que caía sobre su cabeza.
Ella se sonrió y hasta sonrojó, pero su sonrisa se detuvo.
-No me hagas pensar que con esto vamos a empezar todo de nuevo- le dijo ella con ojos cansados. –No quiero-.
-Está bien- dijo Paul. –Que quiera portarme como un novio en conquista no quiere decir que busque olvidar nada. Es que hoy estas hermosa- relajó sus cejas y sonrió entregado.
Ella lo miró fijo, suavemente, y suspiró. –¿Por qué me querés tanto?- Ambos rieron en complicidad.
Como era de suponerse, le habían ganado a los muebles.
-Espero que aunque sea lleguen sanos-.
-Y si no los pegamos. Digo, si llegan en pedazos- dijo Paul mientras bajaba los bolsos del baúl.
-Estás tonto hoy, he?-contestó ella sin poder contener una carcajada.
-Acá llegan.- avisó Paul, y se adelantó a recibirlos.
Los muebles comenzaron a bajar del camión armando una gran casa al aire libre en el jardín de entrada.
Mientras ella revisaba la madera y los vidrios, verificando que no se haya filtrado ningún rayón por las aberturas del camión, Paul controlaba los movimientos de los empleados de la empresa de mudanzas, con mirada amenazadora.
Algo distrajo su riguroso control.
-Habíamos quedado que a esa cama la llevaran al galpón con los demás muebles.- le dijo entre nervios al encargado de la mudanza.
-Disculpe Don, se debe haber traspapelado.-
-¿¡Traspapelarse una cama!?. ¡Hágame el favor y llévela rápido a donde tiene que estar!- gritó.
-Si señor, ahorita la cargamos de nuevo- respondió el empleado al instante.
-Que sea lo antes posible, por favor- insistió Paul recobrando su calma.
Al girar, temeroso, la vió a ella. Supo enseguida que había visto la cama. No dejaba de mirarla.
Se le acercó y la abrazó. –Un error de estos pánfilos- dijo Paul. –Parece que se les “traspapeló”. Espero que nunca se les traspapele un camión entero entre...
-Gracias a Dios- lo interrumpió ella. –Necesitaba verlo una vez más-.
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Él la esperaba en el auto con los últimos bolsos de la mudanza, los más insignificantes.
Ella recorría ese departamento, que en unas pocas semanas, se transformaría en un perfecto extraño con perfume a recuerdo.
No revisó todos los cuartos, solo el matrimonial, la cocina, el living, los baños. Nada más.
Un bocinazo rompió su nostalgia y pudo girar la manija de la puerta.
Respiró aliviada, había pasado lo peor.
Corrió al auto. Tenían que llegar a destino antes que los muebles. -Qué ridículo- pensó.
-Que no nos ganen los muebles- reflexionó en voz alta, mirando a Paul con una sonrisa de chiste malo.
Paul se rió, no del chiste, y la miró de reojo, con la ternura que envuelve la paz de saber que alguien ha superado un tormento.
En el viaje no hubo silencios. Ya había habido demasiados en los últimos años.
-Calculé el tiempo que me va a llevar llegar a la oficina. Media hora, no más-
-¿Media hora?- respondió ella. –No es nada, me dejás más tranquila-.
-Yo sabía que había algo que te tenía preocupada- dijo Paul con un tono dulcemente irónico.
Ella sonrió. -Sos malo, sabes que tus cosas me preocupan mucho. Me da cargo de conciencia que me hayas consentido tanto en esta mudanza.-
-Lo necesitabas- respondió él. –Ambos- agregó, mientras buscaba en su rostro algún rasgo de aprobación.
Ella exhaló profundo y contuvo el aire, reflexionando el peso de verdad que encerraban esas palabras.
Al llegar, Paul le pidió que esperara en el auto. Se bajó, dio la vuelta y le abrió la puerta, ofreciéndole una flor que arrancó del árbol que caía sobre su cabeza.
Ella se sonrió y hasta sonrojó, pero su sonrisa se detuvo.
-No me hagas pensar que con esto vamos a empezar todo de nuevo- le dijo ella con ojos cansados. –No quiero-.
-Está bien- dijo Paul. –Que quiera portarme como un novio en conquista no quiere decir que busque olvidar nada. Es que hoy estas hermosa- relajó sus cejas y sonrió entregado.
Ella lo miró fijo, suavemente, y suspiró. –¿Por qué me querés tanto?- Ambos rieron en complicidad.
Como era de suponerse, le habían ganado a los muebles.
-Espero que aunque sea lleguen sanos-.
-Y si no los pegamos. Digo, si llegan en pedazos- dijo Paul mientras bajaba los bolsos del baúl.
-Estás tonto hoy, he?-contestó ella sin poder contener una carcajada.
-Acá llegan.- avisó Paul, y se adelantó a recibirlos.
Los muebles comenzaron a bajar del camión armando una gran casa al aire libre en el jardín de entrada.
Mientras ella revisaba la madera y los vidrios, verificando que no se haya filtrado ningún rayón por las aberturas del camión, Paul controlaba los movimientos de los empleados de la empresa de mudanzas, con mirada amenazadora.
Algo distrajo su riguroso control.
-Habíamos quedado que a esa cama la llevaran al galpón con los demás muebles.- le dijo entre nervios al encargado de la mudanza.
-Disculpe Don, se debe haber traspapelado.-
-¿¡Traspapelarse una cama!?. ¡Hágame el favor y llévela rápido a donde tiene que estar!- gritó.
-Si señor, ahorita la cargamos de nuevo- respondió el empleado al instante.
-Que sea lo antes posible, por favor- insistió Paul recobrando su calma.
Al girar, temeroso, la vió a ella. Supo enseguida que había visto la cama. No dejaba de mirarla.
Se le acercó y la abrazó. –Un error de estos pánfilos- dijo Paul. –Parece que se les “traspapeló”. Espero que nunca se les traspapele un camión entero entre...
-Gracias a Dios- lo interrumpió ella. –Necesitaba verlo una vez más-.
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