Poco a poco fue admitiendo que se le parecía en todo, la cara y las manos, el mechón cayéndole en la frente, los ojos muy separados, y más aun en la timidez, la forma en que se refugiaba en su revista de historietas, el gesto de echarse el pelo hacia atrás, la torpeza irremediable de los movimientos. Era idéntico.
Se interrumpió su análisis. El sujeto se levantó del banco de aquella plaza y empezó a caminar por la peatonal. Ella imitó sus movimientos casi por inercia. Habiéndolo comparado desde el banco de enfrente por largos minutos, intentó olvidarse de la coincidencia inútil.
Inesperadamente el hombre comenzó a acercársele determinado. Enrollaba su revista entre los dedos, con torpeza, descargando una irresistible timidez y mirándola fijo.
De repente, mientras él se acercaba, ella tuvo un pensamiento insólito.
¿Podría amarlo?. No, sería imposible. El amor es más que la apariencia de los sentimientos, se dijo. El hombre al que había amado estaba lejos de reaparecer en su vida, por lo menos en esa. Nada significaba que una fotografía suya le estuviera hablando en ese mismo momento, en mitad de calle Córdoba, impulsado por una duda existencial: “¿usted que es mujer, me diría si las pieles sensibles se irritan mucho con las prendas interiores que ahora vienen perfumadas?”.
Lo que primero derrumbó en ella cualquier comparación de idolatría, se suavizó al explicarse el sujeto. Era viudo, y cargaba con un niño de 2 años al que por equivocación le había comprado pañales perfumados.
Todo esto no importaba, no al menos a ella, que sonreía y contestaba muy lejos de la conversación. Pero su pensamiento estaba ahí, más cerca aún que su rostro, rodeando a ese hombre anónimo como las vendas asfixian a las momias. Lo estaba ahogando con recuerdos absurdos, no había dudas. Recorrió su rostro entero demorando en los huecos que habían besado sus labios. Era él, no el mismo que había amado, pero era idéntico.
Entre parpadeo y parpadeo, y algún otro gesto que le hiciera creer que entendía el sufrimiento de su niño paspado, ella y su memoria volvían a reconocer con ternura la anchura de sus hombros, dulcemente desproporcionada, y su postura que encorvaba toda caricia.
Se sorprendió atraída por él. Lo que pensó que solo el amor podía despertar partiendo de algo tan poco inspirador, evidentemente despertaba solo. Y esos mismos rasgos volvían a cautivarla, sin la base de historia mutua que la habían atado al otro.
Me atrae su recuerdo, es eso, se dijo sacudiendo la cabeza como para convencerse más rápido. Inventó un pretexto para librarse de tan interesante charla (en la que ya entraban a jugar partida diferentes cremas anti-irritación, toallas, paños) y aceleró el paso.
Algo la detuvo. Lo sentía caminar a su lado y no pudo más que acercársele, y andar.
Cuando se dio cuenta ya habían caminado 20 cuadras juntos. ¿A dónde iban? Ninguno de los dos lo sabía con exactitud, pero decidieron descansar en un Café.
¿Cómo podía desear sus manos ásperas sin amarlas, o encontrar en sus ojos, por momentos demasiado juntos, una mirada tierna? Ella se había enamorado de unas manos idénticas, y solo por eso las había deseado, porque las amaba. ¿Cómo podía encontrarlas ahora tan hermosas, sin saber siquiera el tono de su tacto, y a esos ojos tan dulces, siendo objetivamente casi deformes?
Entre el café adivinó su perfume, sintió el sabor de su boca cuando rozaba la taza. Supo el sabor.
No, era demasiado.
¿Qué estaba pasándole entonces? ¿Por qué seguía sentada analizándolo de frente, descansando en sus lunares tan anónimos como él?
Al terminar el café, siguieron caminando juntos.
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