El agua reprime tensa un alboroto de burbujas. Indefectiblemente cae, pero en silencio. Primero apenas. Debe inflarse la yerba de a poco, sin que se asuste. La acaricia en susurro para que abra sus espacios recelados y pierda la vergüenza. El Cebador conoce su efecto. Cada tanto mira a alguien fijo mientras sigue vertiendo el calor humeante en la sequedad rendida de la yerba, y Ella siente el agua bajando por su ombligo. Húmeda. Tensa sus músculos y respira hondo. Verlo cebar es un martirio. No están solos, pero la charla alrededor se desdibuja en el instante exacto en que le toca a Ella. Ese sí es su instante. El de ambos. Íntimo. Esta vez la mira fijo mientras deja a caer el agua, y sabe exactamente cuando hacerla cesar, sin ver. La conoce demasiado. Cuándo la última gota se corta Ella se muerde el labio inferior sofocando un gemido. Sus ojos siguen en tensa parálisis. El mate entregado les permite el único contacto ardiendo entre sus dedos, que aprovechan a trenzarse, sentirse,